Los empujavidas. Parte 4.

Le doy un nuevo mordisco al Hot Dog. Los recuerdos me invaden. He aprendido mucho de la gente. De Gabriel, que vende comida al medio día y reparte cebolla por las noches. Su carrito, como casi todos, tiene en la parte trasera un asiento con rueda, pedales, piñón, corona y cadena como cualquier bicicleta. El cuadro de la misma se prolonga hacia delante y está soldado a un eje transversal. Es decir, un caño con dos ruedas de bicicleta pequeña en sus extremos. Sobre este eje se monta el piso del carrito. Mide 1x1 mts. No tiene tapa. Cuando uno está parado el mismo le llega a la altura de las rodillas. Los laterales son cerrados con madera de 20 cm de altura. El volante es un fierro y para doblar el carro tiene una bisagra entre la parte delantera y la trasera. El freno es manual aunque en este caso a Gabriel se le rompió y él frena con los pedales.

- Hay días que vendo rápido todo, esos son los mejores. Una vuelta y listo. Pero hay otros que pedaleo, pedaleo y me cuesta mucho sacar toda la comida. Lo importante es que siempre llevo el pan a mi casa. Tengo seis bocas que alimentar, me comenta Gabriel.

La comida la prepara en su casa y al parqueadero siempre llega con un tarro de plástico de 20 litros cargado al hombro. Casi las dos terceras partes está lleno de arroz cocido. El resto en bolsitas separadas con lentejas, fideos rosados, albóndigas, carne picada con huevo y de vez en cuando una ensalada de repollo y tomate. De las bolsitas saca la comida y las mete en recipientes de plástico con tapa. La comida se sirve en unas cajitas de cartón de 15 x 10 cm. La mayor parte del plato es arroz añadiéndole el resto de los preparados. Es común ver llegar a Gabriel a la una de la tarde, justo cuando el sol está perpendicular a la tierra.

Gavi es otro “empujavida”. Tiene una bici-carro en el que vende cócteles de camarones. La parte delantera representa muy bien la proa de un barco. El mismo mide 1,5 mts de largo por 50 cm de ancho. Es lo mas parecido a un bar ambulante. La pequeña mesada (la cubierta del “barco”) sobre la que prepara los cócteles está repleta de los frascos con sus “insumos”. Salsa de tomate, sal muera, vinos añejados y un chimichurri preparado con aromáticas, ajo, cebolla y una pizca de limón que lo distingue como tradicional vendedor. Sobre la mesada tiene una puerta corrediza. Ahí introduce los camarones, pulpos, caracoles en sus tarritos debidamente refrigerados con hielo en barra. Los preparados son de distinto valor según el tamaño del vaso. Hay de 3000, 5000, 8000 y 10000 pesos.

- Mis cócteles son afrodisíacos, me dice el Gavi mientras levanta su mano apuntando al cielo con el puño cerrado.

El carrito es de color rojo. Con pintura fluorescente tiene pintado un gran pulpo y se puede leer “Cócteles de ceviches y camarones”.

- La vida es dura pero si queremos la podemos transformar en un carnaval, me dice el Gavi. Todo es una cuestión de actitud. Hay que tener respeto con las personas que nos rodean y con uno mismo.
- ¿Y, que haces para respetarte a vos mismo?
- Me afeito, me pongo ropa limpia, desodorante. Trato de ser agradable. ¿No viste que mucha gente no se respeta ni a si misma? Todos sucios, borrachos con la ropa rota. En esta ciudad está llena de esos ejemplos.