Fumigador

El trabajar en la ciudad matando cucarachas y hormigas en edificios es una experiencia de la que aprendía la vida de los operarios. Al visitar y entrar alrededor de 400 casas de familia y ver 1500 personas por mes realizando sus acciones cotidianas me permitió observar e interpretar multiplicidad de situaciones sobre la vida de diferentes clases sociales. Me he encontrado con despensas y platos llenos de tierra, cuartos de servicio con papeles del piso al techo, cocinas del tamaño de dos ambientes, baños oscuros e inundados, cuartos donde nada o todo está fuera de lugar, departamentos diseñados y decorados con estilo francés, ambientes sencillos y perfumados, baños cloacales, cocheras con autos antiguos.

He entrado en casas de borrachos, empleados administrativos, obsesivos y fóbicos empresarios jubilados, solteronas que cuidan a sus encorvadas madres, viejitas con ganas de hablar, empleados de estaciones de servicio, paisajistas, oficinas de turismo, locales de celulares, joyerías, ferreterías, locales donde arreglan aparatos eléctricos, cocinas de restaurantes y bares. Me he encontrado y hablado de la vida con todo tipo de porteros y encargados de edificios, desde el que me esperaba con una sonrisa en la puerta hasta la que me decía que yo llevaba las cucarachas a su casa.

También entré a departamentos donde me hubiera quedado a vivir por que me abrió la puerta un bomboncito de 22 años con calzas blancas y bombachita negra. Hay de todos los estilos. Por suerte ningún gay me acosó sexualmente aunque le he tenido que fumigar por problemas de hormigas. Me han tratado cordialmente y con respeto.

Matar cucarachas tiene su secreto. No es tan sencillo. No cualquiera lo hace. Es un trabajo digno para el cual me tenía que vestir con pantalón y camisa de operario, como corresponde y cumpliendo esa función, claro está. Ahora cada vez que veo una persona vestida así me alegro y la respeto. Después de todo yo formé parte de ese modo de vida.